sábado, 5 de octubre de 2013

Los domingos.


Mi papá amaba los domingos, no porque iba a la cancha, o porque se pasaba con sus amigos... porque preparaba el asado para la familia, y de paso él se comía unos choricitos, chorizos y todo lo que se podía poner en la parrilla. 
Preparar el asado de los domingos era todo un ritual. había que comprar la carne, las naranjas, el adobo, las mandiocas, el carbón, el vinito, las verduras, las gaseosas. El tenía su técnica, su estilo. El sazón justo, el tiempo debido, la música y la charla oportuna.
Gozaba cuando las melliz, o cualquiera de sus nietos lo acompañaba en la faena de los domingos. para mi era un placer verlo haciendo lo que le agradaba: reunir a su familia, o parte de ella, cocinar para ellos, contarle historias de cuando él era chico, de su familia...
Hoy los domingos son pesados. Me recuerdan del día domingo que entró en coma, y en las 24 horas se fue. Del día domingo que lo acompañé y medité en su presencia para que su viaje de retorno fuera en luz, amor y perdón. Del día que tuve que dejarle partir a mi papá porque él deseaba su libertad. Los domingos ya no son de familia. Ni de música, ni de risas, ni de asados, ni de charlas, ni de diarios compartidos. Los domingos son días grises, sin gracia, día de silencio y de abandono.

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